Las mujeres y su lucha...

Hace 117 años un grupo de mujeres trabajadoras se declaró en huelga en una fábrica textil, en Nueva York. Pedían aumento a los salarios, reducción de la jornada laboral y que no se contratara trabajo infantil. Los dueños, antes que ceder a las demandas provocaron un incendio en las instalaciones. Murieron calcinadas 129 mujeres ese 8 de marzo de 1908.

Al principio esta jornada era el día de las mujeres trabajadoras, luego se le cambió al día de las mujeres porque, como afirman algunas buenas amigas, decir mujer es siempre decir trabajo: Sale sobrando el adjetivo.

Y si bien es cierto que las labores hogareñas suelen acumularse en el lado femenino de la pareja, no es posible olvidar que cada vez más esa carga la realizan, en la mayor parte de los casos, después de haber trabajado en una oficina, escuela, comercio o industria, un turno completo, con lo cual, si sumamos unas ocho horas, seis días a la semana, más una de traslados, y un mínimo de seis más en labores domésticas, nos arroja al menos unas 15 horas chambeando, cada día; y unas 90 a la semana laboral, más lo que caiga el domingo:

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Pueden ser fácilmente unas 100 horas ocupadas, lo que les deja, para descansar, comer y tener vida personal, algo así como 10 horas diarias, de las cuales, deben dormir al menos siete, o sea, les quedan unas tres horitas al día para ellas, y la familia, cuando logran juntarlas, habría que subrayar.

En las sociedades primitivas de cazadores recolectores -hubo muchísimas y con enormes diferencias por la geografía, clima, demografía más las tradiciones y valores de cada grupo- había por lo general una cierta división del trabajo:

Las hembras se encargaban de la crianza de los niños, de mantener organizadas las viviendas, salir al campo a recolectar frutos, plantas comestibles, insectos y algunos animalillos que complementaban su ingesta.

Los varones salían en busca de presas que, en teoría, sería el principal alimento del grupo. Buscaban venados y antílopes, conejos, cerdos y otros mamíferos que podrían llevar a la mesa comunal.

En ocasiones encontraban piezas que otros depredadores habían ultimado, y buscaban ahuyentarlos para robar su presa: No desdeñaban la carroña.

En esas sociedades el fruto del trabajo femenino constituía el grueso de su dieta, y la de los hombres, que con mucha frecuencia retornaban con las manos vacías pues no todos los días lograban cazar un animal de buen tamaño; y cuando lo hacían eran ellos los que primero los consumían, y festejaban, la cacería exitosa. Cuando volvían al villorrio, lo más frecuente era que trajeran lo que no habían podido devorar del animal que habían capturado.

¿ Era el momento en que las mujeres podían degustar y aprovechar el producto del trabajo de los varones; pero consumían lo que había sobrado después de que los cazadores volvían de sus excursiones.

Era frecuente que retornaran con las manos y el estómago vacíos, y entonces aprovechaban los frutos de la recolección femenina, de tal modo que muy probablemente la ingesta principal se componía más del producto del esfuerzo femenino, que de la proteína animal que los señores traían, de vez en cuando, a la mesa comunal.

Ya entonces, hace varios miles de años, las mujeres ocupaban una posición inferior en la escala económica y social de aquellas sociedades primitivas. Fue la semilla de las sociedades patriarcales.

Con el paso de los milenios, los grupos humanos fueron haciéndose más complejos y de mayor tamaño, pero aun así la constante histórica es que las mujeres tenían posiciones inferiores y más faenas que su contraparte masculina.

Y así arribamos al siglo XXI, problemático y sobre tecnificado; y todavía, en numerosos rincones del planeta, y en nuestras sociedades complejas, persisten y tienen fuerza muchas conductas y resabios del patriarcado ancestral. Por eso, hoy y siempre, debemos solidarizarnos, seguirlas y apoyarlas en su contienda inaplazable...