¿Un triunfo?
Hoy en algo que a todas luces es un sinsentido se llevará a cabo un evento en la plaza de la Constitución, Zócalo, de la Ciudad de México cuya intencionalidad no va más allá de politiquería.
En la antigua Roma el Senado tenía la facultad de conceder a los generales victoriosos un triunfo, un ejercicio para honrar hazañas en el campo de batalla en defensa de la república. En la época del principado los triunfos se convirtieron en eventos políticos, manifestaciones en busca de proyectar autoridad y legitimidad.
En la etapa imperial romana sólo al emperador se le podía honrar con un triunfo. La tradición de edificar obras conmemorativas dentro de las cuales la más representativa es un arco triunfal también se origina en la antigua Roma.
A través de los siglos la búsqueda de proyectar autoridad, legitimidad y éxitos por parte de los gobernantes recogen elementos de aquella república romana. Los arcos triunfales, como el de París que conmemora el triunfo en Austerlitz por parte del ejército francés al mando de Napoleón Bonaparte se han convertido en símbolos de un pasado glorioso. Aunque en su origen no fue diseñado como tal, el monumento a la revolución en Ciudad de México es quizás el arco del triunfo más grande del mundo.
Hoy en algo que a todas luces es un sinsentido se llevará a cabo un evento en la plaza de la Constitución, Zócalo, de la Ciudad de México cuya intencionalidad no va más allá de politiquería. Es indefendible el despliegue de recursos para desde todos los puntos cardinales movilizar personas en busca de proyectar lo que no se tiene: Unidad, congruencia y autoridad.
Indefendible en un país con una población con hambre, sin acceso a salud, con urgentes necesidades de infraestructura y con miedo. Al haber quedado sin materia el objeto de la convocatoria de Sheinbaum ante la decisión de Donald Trump de diferir por un mes la entrada de aranceles se debió haber cancelado, la congruencia no caracteriza a aquellos que prometían pasar de austeridad a pobreza franciscana.
De reconocer la contención retórica de Sheinbaum ante la errática política exterior de Estados Unidos evitando caer en una escalada simétrica de confrontación con Donald Trump, esperemos hoy continúe. No obstante que se otorga un segundo mes de gracia, la amenaza de aranceles por parte de Estados Unidos a todos los productos de México pervive. La incertidumbre originada en una economía ligada a un modelo de integración comercial con Estados Unidos tiene consecuencias que requieren de acciones concretas.
Todo indica que México ya está en recesión, de un crecimiento económico inferior al crecimiento poblacional de los últimos seis años ahora enfrentamos una contracción en el PIB. Las finanzas públicas dan poco margen para expansión contracíclica de inversión pública.
Las consecuencias adversas de un gasto público desenfrenado de los últimos años, el mayor déficit del siglo, proyectos capricho de infraestructura, programas clientelares y un presupuesto de egresos del Gobierno federal para 2025 comprometido en prioridades heredadas. Urge retomar la conversación sobre cuál debería de ser el modelo de desarrollo de México para los próximos años.
La relocalización masiva de empresas anticipada no se va dar. Con un menor dinamismo o en pausa la inversión privada: Nacional y extranjera. Consecuencias de incertidumbre proveniente del exterior, aunada a incertidumbre nacional originada por la disrupción del sistema de impartición de justicia a lo que habría que sumar el torrente de legislación errática y hostil.
La mayoría de la unidades económicas, 99.8%, son medianas, pequeñas y micro empresas, estas generan el 72% de los empleos y aportan más del 50% del PIB, empresarios que requieren de una efectiva impartición justicia, libre competencia, acceso a mercados, financiamiento y fiscalización accesible, imposible crecer o sobrevivir en ausencia de ellas.
Para todas las empresas el fracaso del Estado de otorgar seguridad física, patrimonial y jurídica genera, además de incertidumbre, costos adicionales que inhiben inversión y afectan al consumidor. Hace décadas que no se tiene una política industrial, cuando se declaró ante la llegada del TLC que “la mejor política industrial, es no tenerla”. No debemos buscar un Gobierno que seleccione ganadores.
Al Gobierno le corresponde crear condiciones para el desarrollo, con un marco regulatorio adecuado, seguridad en todos los sentidos, fiscalización asequible así como dar incentivos para inversionistas locales y extranjeros emprendan en México y no migren a otras latitudes que sí dan incentivos. No obstante que no ha existido una política industrial donde se impulsen sectores económicos, sí ha existido desde gobiernos un impulso a actores económicos, urge desterrar el nocivo capitalismo de compadres.
Ante el abandono de una política industrial la banca de desarrollo lleva décadas a la deriva, ha perdido su vocación convirtiéndose en entes de “segundo piso”, factorajes y aseguradoras de riesgo, funciones relevantes sin duda, alejadas de la vocación de instituciones de desarrollo. Los organismos intermedios, contrapesos naturales al impulso estatista y a lo largo de la historia fuente de propuestas en beneficio de la libre empresa, libre competencia y creación de empleos, de ser parte fundamental del desarrollo se han convertido en peso muerto con muy contadas excepciones.
Me gustaría soñar que las inquietudes, propuestas y aspiraciones de una mayoría silenciosa que busca también, con otra visión, lo mejor para México no se pierdan en ese arco de los imaginarios triunfos en el boato de una celebración del triunfo pírrico de Sheinbaum ante un Zócalo repleto de aduladores.
Óscar F. Serrato Félix es padre de tres, ciudadano, empresario, analista y optimista
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