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Nuestro maíz...

...hay, al menos, 59 variedades de maíz en México, distintas entre sí, y adaptadas a las regiones donde se concibieron.

Ernesto  Camou

El lunes 17 de marzo la presidenta Claudia Sheinbaum promulgó dos reformas constitucionales a los artículos 4 y 27, con la finalidad de proteger a los maíces nativos mexicanos de la amenaza que constituye la introducción de maíces genéticamente modificados. Si bien quienes impulsan la siembra de esas semillas alteradas proponen que así se incrementará la producción y habrá más acceso al grano para los mexicanos, son muchos quienes consideramos que más que un adelanto tecnológico, constituye un peligro para nuestro patrimonio cultural y biológico, y una agresión contra de la dieta de buena parte de los mexicanos.

Hace como 10,000 años en el Centro del País, nuestros ancestros comenzaron a realizar experimentos con un pasto silvestre, el teocintle (zea perennis), que da unas semillitas colocadas a lo largo de tallos delgados, que podían aprovecharse como sustento si se acumulaba una cantidad considerable de ellas. A base de ensayo y error fueron logrando reproducir aquella hierba y seleccionar las plantas que producían granos más grandes, con tallos más fuertes y abundantes. Su metodología era científica y consistía en observar seleccionar y evaluar el resultado de su trabajo.

Así fueron logrando teocintles más grandes y con semillas más robustas, hasta llegar a espigas parecidas a las mazorcas actuales, a escala minúscula. A base de trabajo constante, por miles de años, crearon una planta nueva, el zea mays, especie importantísima en nuestra historia y cultura, forjada por el trabajo paciente de muchísimos indígenas mexicanos, hace unos seis mil años.

Cuando ya tuvieron maíces primitivos comenzaron a mejorarlos: Elegían las mazorcas más grandes, con mejores granos, y la dividían en cuatro porciones. Descartaban los extremos y usaban las partes centrales para semilla. Así fueron logrando maíces más adecuados para su dieta, y en cada región los fueron adaptando a su geografía y su régimen pluvial: Lograron las variedades actuales, no por accidente sino por un esfuerzo técnico de muchas generaciones de agricultores perspicaces y sabios.

En muchas partes del País utilizaron un sistema de cultivo peculiar, la Milpa, en el cual desbrozaban un terreno, tumbaban la vegetación media, la quemaban para incorporar nutrientes al predio, y sembraban maíz acompañado de frijol, calabazas, chiles y algunos quelites como el epazote, huauzontle, berro, quintonil, chaya y otras especies comestibles.

Así planteaban un policultivo que imitaba las selvas circundantes, en la que la diversidad protegía al cultivar, y lograban cosechas suficientes para el consumo de las familias y la comunidad. En nuestro Noroeste serrano llaman Mahuechi a este sistema de cultivo. A esos cultivares acudían conejos, ratas, mapaches y otras especies menores que constituían un complemento proteínico siempre agradecible.

Nuestros antepasados idearon remojar los granos en un compuesto de agua y cenizas para facilitar su procesamiento, la nixtamalización, con la que añadieron vitamina B al alimento, y evitaron enfermedades como la pelagra, que asoló algunas regiones europeas donde procesaban el maíz sin tratarlo con una solución alcalina.

Ahora hay, al menos, 59 variedades de maíz en México, distintas entre sí, y adaptadas a las regiones donde se concibieron. Todas son de libre polinización; pero eso las hace susceptibles a ser afectadas por variedades genéticamente modificadas, desarrolladas para el comercio y la industria, y diseñadas para que sus granos no sean fértiles, lo que impida que el agricultor desarrolle su propia simiente y esté forzado a comprar semilla para cada ciclo. Requieren, además, fertilizantes, insecticidas y agroquímicos que producen las mismas compañías transnacionales en su perene búsqueda de ganancias. Si un predio de maíz se poliniza con plantas modificadas, se infecta por así decir, de su infertilidad y produce un híbrido inútil para futuras siembras; y además puede ser demandado por los dueños de la patente de las semillas genéticamente alteradas.

Es un atentado contra nuestra historia y cultura, y contra la economía de millones de labradores que se mantienen a sí mismos con su esfuerzo persistente. De ahí la importancia de esta reforma constitucional. “No protejo a nadie”, dice la Presidenta. Un comentarista franco le haría ver a la doña que ha protegido a Noroña y ahora a Cuauhtémoc Blanco.

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