Batarete
Esta semana se cumplen seis años de la elección de Jorge Mario Bergoglio, S. J. como obispo de Roma, tiempo suficiente para reflexionar sobre sus logros, sus dificultades y esbozar una visión a futuro. Para ello me atreveré a citar ampliamente un artículo de un comunicador norteamericano, Thomas Reese, S. J. (National Catholic Reporter) sobre su pontificado. “Con el tiempo, las críticas al Papa se han vuelto más estridentes: La derecha católica piensa que no respeta la tradición; y a la derecha política, no le gusta su pensar sobre el calentamiento global, la migración y justicia social”. “Veamos sus logros. Francisco cambió la imagen de la Iglesia, que parecía sólo subrayar las reglas y la uniformidad. Si querías ser un buen católico, debías memorizar el catecismo y seguir todas las normas. Para él, la Iglesia no es un club sino una “Iglesia pobre para los pobres”, un “hospital de campaña” para los heridos. Por eso hace hincapié en la compasión y la misericordia. El impacto práctico de este énfasis en el amor y la misericordia es una actitud más compasiva hacia los católicos divorciados y vueltos a casar, así como a los católicos LGBT”. “Él exhorta a los laicos para que sigan discerniendo, de una manera acorde con su crecimiento como discípulos, la misión que el Señor les ha encomendado”. “En contraste con los dos últimos Papas, que enseñaron usando teología compleja, Francisco apela al corazón. Se queja de que: “Hemos reducido nuestra forma de hablar sobre el misterio a explicaciones racionales, pero para la gente común el misterio entra por el corazón”. Su enfoque en el mensaje simple del evangelio es amenazador para quienes confunden la teología con la fe. La teología es la manera de explicar la fe. San Agustín usó el platonismo para explicarla a una generación cuyos intelectuales eran neoplatónicos. Santo Tomás de Aquino usó el aristotelismo para explicar la fe en su época. El error que cometen los conservadores de hoy es citar a estos pensadores, en lugar de desarrollar nuevas formas de explicar el cristianismo en el siglo XXI”. “Los teólogos deben tener la libertad de descubrir nuevas maneras de explicar la fe, incluso si esto conduce a nuevos estilos de entender los derechos humanos, la justicia, la sexualidad, el matrimonio y el papel de la mujer. A diferencia de sus predecesores, Francisco no teme la discusión en la Iglesia. “El debate abierto y fraternal hace crecer el pensamiento teológico y pastoral”, dijo, “eso no me asusta. Es más, lo busco”. “Pero el Papa no es perfecto. Hasta el año pasado, no entendía realmente la crisis del abuso sexual. Cuando se enteró que había sido engañado por los obispos chilenos, les exigió a todos su renuncia porque no habían protegido a los niños. También comenzó a reunirse con las víctimas para escuchar de primera mano sus historias. Esto fue transformador, pero todavía no ha creado una estructura dentro de la Iglesia para hacerlo de una manera sistemática”. “Cuando Francisco habla de mujeres, parece fuera de contacto con la sensibilidad feminista del primer mundo. Se centra más en los problemas de las mujeres en el tercer mundo, lo que lo convierte en un activista contra la trata de personas y un partidario de las políticas que sacan a las mujeres de la pobreza”. “La fuerza de Francisco es la de un pastor que llama a la conversión. Él no piensa como un administrador. Por este motivo, su reforma de la curia ha logrado poco. Él entiende la importancia de cambiar la cultura de la Iglesia, pero no la importancia de reformar las estructuras del Vaticano”. “Para él, lo primero de la evangelización debe ser la compasión y el amor. Todo en el cristianismo fluye de ese mensaje, que Jesús enfatizó en los evangelios. A Francisco le preocupa cómo vivimos la fe, más que cómo la explicamos. La ortopraxia triunfa sobre la ortodoxia”.
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