Batarete

La manera de entender la retórica incendiaria del presidente Trump con respecto a nuestra frontera es partiendo de su ambición de preparar su posible reelección en noviembre de 2020. No es casualidad que su discurso agresivo y anti mexicano haya retornado justo después de que el fiscal Mueller lo exonerara, por sólo un pelito, de haber solicitado apoyo ruso para su campaña y descarrilar la de Hillary Clinton. La investigación juzgó a varios de sus colaboradores de confianza, algunos de los cuales aceptaron su culpabilidad. A ninguno se le condenó por su participación en la trama rusa, sino con cargos como obstruir la justicia, mentir bajo juramento y, en un caso, de “conspiración contra los Estados Unidos”. Pero a Trump mismo no se le pudo evidenciar delito alguno, aunque, afirmó el mismo fiscal, “tampoco se pudo probar su inocencia...”. El charlatán de la Casa Blanca de inmediato tuiteó que se había demostrado su integridad y que todo fue un complot para desprestigiarlo... Seguramente también respiró aliviado pues no las traía todas consigo: Parece que temía que algo le encontraran, pero no quisieron, o no pudieron hacerlo. Le levantaron la amenaza y volvió a pensar en su reelección; todavía no parece haberlo decidido, pero tampoco está dispuesto a cerrar esa posibilidad. Para los mexicanos es una pésima noticia: Si intenta reelegirse tendremos unos 20 meses de campaña y de ataques mentirosos, impúdicos, calumniosos y calculados para mover a la masa ignorante del electorado gringo hacia su causa. Le funcionó hace dos años, y está más que dispuesto a seguir con su retahíla de embustes y de insultos para asentarse en las preferencias de sus electores desinformados. Cerrar la frontera es una amenaza que juzgó factible, no piensa en términos globales, sólo se ocupa de sí mismo y sus intereses, y consideró que era una jugarreta que lo mostraría como protector de su pueblo frente a la amenaza latinoamericana. Y entre los votantes por allá hay una multitud de resentidos e ignorantes esperando que les expliquen las razones de sus aprietos económicos, y dispuestos a encontrar un culpable no gringo, no blanco, no ciudadano, distinto, quizá no tan humano, lejos de su normalidad clasemediera que les permita engañar su conciencia y lograr una falsa seguridad. Pero impedir el paso legal de la gente y del comercio entre los dos países, tiene sus complicaciones: En el año de 2018 el volumen del intercambio llegó a 612,000 millones de dólares; y sólo en el 2017 México compró a Arizona unos 8,000 millones de dólares en mercancías. Además, la contribución de los trabajadores mexicanos legales e indocumentados, a la economía estadounidense con trabajo, impuestos y consumo, supera cuatro veces al menos a las importaciones que los mexicanos hicimos a los Estados Unidos durante la vigencia del Tratado de Libre Comercio (Forbes, diciembre de 2018). En esas condiciones, impedir el paso de personas y de mercancías, crearía un gravísimo problema económico y social que se concentraría sobre los estados de California, Arizona, Nuevo México y Texas, con repercusiones a toda la Unión Americana, eventualidad que seguro indigna a comerciantes, agricultores, empresarios y funcionarios norteamericanos en esas regiones, y muchas más. Y todo para que su ejecutivo se afiance en un poder que no ha sido capaz de utilizar para el bien de su país y su gente. Mientras allá Trump hace sus desfiguros, por acá López Obrador ha optado por la discreción: Le resulta obvio que un desplante frente a un tipo berrinchudo, pero poderoso carece de sentido, y que sus dichos y amenazas son propaganda política que pretende prolongar su mandato otros cuatro años. Por ello, mientras el bárbaro del Norte insista en amenazarnos, conviene encontrar maneras eficientes de plantar cara con elegancia y entereza: Quizá una mini cumbre de Centroamérica y México, con observadores como El Vaticano, la Unión Europea y representantes del continente africano, donde se analice la migración, su futuro y sus destinos.